Siete colores
Míralos, no puedo soportarlos. Se creen que pueden exhibirse sin vergüenza cuando deberían estar escondidos bajo piedras o curándose. Pero no, que va, en vez de eso se pavonean con orgullo, menudos mamarrachos. Me dan asco. Van de normales cuando son una aberración. Encima, después de lo que pasó el trimestre pasado, se han venido arriba, se han multiplicado como setas y todos tenemos que estar de acuerdo porque es lo políticamente correcto. Qué ganas de que acabe el curso y marcharme a la Universidad, bien lejos de aquí.
-Toma
Luis, el bocata. Mañana te toca a ti ir a por ellos- me dice Josema llegando al banco del
patio del instituto con el resto del grupo. Es nuestro último año en este
centro y el último en que todos estaremos juntos. Después cada uno buscará su
camino, el mío espero que me lleve a Granada para hacer Derecho allí, a un
punto de Andalucía lo suficientemente lejos de esto como para no tener que
venir todos los fines de semana, con suerte volveré para las fiestas y poco más.
Lo único que echaré de menos será este grupo que, poco a poco, va poblando el
banco donde me encuentro, con los que he crecido, con los que he pasado estos
años de instituto y con los que comparto libremente mi forma de pensar porque
es la misma que ellos tienen, si no, no estarían aquí sentados.
-¿A
quién estabas matando con la mirada, tío?-me pregunta otro de ellos sentándose a mi lado.
-A
los gilipollas del arcoíris. Que están como locas preparando su momento de
gloria del viernes. Y encima tenemos que ir todos porque es en hora de clase,
es injusto que tengamos que aplaudirlos cuando son una panda de idiotas llenos
de plumas. Y ellas, las bolleras, son las peores -digo entre bocado y bocado, sintiendo la hiel en mi boca que sube desde las
entrañas cuando pienso en ese tipo de gente.
El viernes tendremos que hacer el paripé de nuestras vidas por culpa de un maricón que decidió suicidarse hace tres meses y dejó una nota diciendo que lo hacía porque no aguantaba más la presión y la discriminación por ser diferente. Nos han jodido. El tío era marica, estoy seguro de que lo que de verdad le pasó es que se dio cuenta de su problema y no pudo ni soportarse a él mismo y, en vez de tener los huevos de corregir el camino, se quitó de en medio. Fue un escándalo de los gordos. Y lo peor es que, en lugar de servir para que los que andaban en la acera equivocada volvieran al lado normal, los desviados se han animado a salir del armario, en masa y haciendo ruido, con todo el brillo que les pone cachondos. Para colmo del mal gusto y la depravación, se han organizado y han creado un grupo de Gays y Lesbianas, como ellos se llaman, para ayudar a otros a salir del jodido ropero, contagiando a otros y propagándose como una plaga. Esto es grande. Y encima nuestro director, que es muy progre, va y organiza un día de homenaje y orgullo para que ellos saquen sus plumas, ellas sus bigotes y les digan al mundo lo guay que es ser como ellos y lo malo que es ser un tío normal que no anda perdiendo aceite.
Si mi padre estuviera vivo no me
hubiera dejado venir el viernes, seguro que incluso habría puesto objeciones al
imbécil del director sobre que sea obligatorio ir a un acto que contiene
connotaciones sexuales y depravaciones. Pero ya no está y mi madre sigue mustia
y sin ganas de nada desde que lo perdimos. «Tendrás que ir, aunque no nos
guste» se limitó a decirme cuando se lo conté. Antes me daba pena verla así,
pero ya me he cansado de que no tenga ganas de nada. Qué mujer tan inútil.
Ahora me limito a aprovechar su cuasi existencia para vivir a mi aire: entro y
salgo cuando quiero, incluso he llevado tías a casa estando ella en la
habitación de al lado. Si mi padre me viera… A veces lo echo de menos, me
gustaría llegar a casa y encontrarlo en el salón leyendo el periódico, incluso
aunque tuviera que renunciar a mi nueva libertad.
-Ahí
vuelven -oigo decir a
Carlos. Levanto la vista y veo a los dos que han salido del armario de nuestra
clase. Y pensar que hemos compartido tantos momentos desde el jardín de
infancia, hemos vivido excursiones juntos, hemos ido a los mismos cumpleaños
desde pequeños y ¿qué les ha pasado? Antes eran normales, como mis amigos y yo
que vestimos normal, con vaqueros y camisetas, pero puestos en su sitio no como
los capullos de los vaqueros bajo el culo que se creen raperos. Qué asco. O los
que van de heavys con sus pelos largos y la ropa rota. Más asco. Pero estos dos
que ahora se pavonean por el patio del instituto eran como nosotros y de
repente van y se hacen maricón y tortillera. Eso sí que me da asco.
-Cuidadito con el aceite que perdéis no vaya a caerse alguien -les suelta Carlos cuando pasan junto a nuestro banco y todos nos partimos de risa.
Entonces ella se para e, ignorando
lo que acaban de decirles, nos suelta que el director quiere que todo el
alumnado participe de alguna forma en el acto del viernes, por lo que tenemos
que venir vestidos con una camiseta amarilla, sí o sí, para el show; a pesar de
que ninguno de nosotros le dirige la mirada mientras nos cuenta todo esto, nos
sigue explicando que la idea es que cada clase vaya vestida de un color para
que entre todos formemos la bandera del arcoíris. Y lo que más rabia me da es
que no se han dado por aludidos con lo que les ha dicho Carlos, ni se muestran
ofendidos porque les ignoremos, ni se han dado media vuelta y se han marchado
porque ellos se creen por encima de nosotros, superiores y más evolucionados.
-Por
los cojones -les suelto con la
ira serpenteando en mis venas. He apretado tanto la mandíbula que me rechinan
los dientes. Pero prefiero volver la vista al patio y hacerles el vacío, estoy
desayunando y no quiero que se me atragante, además, estamos en el instituto.
No pienso darles el gusto de que el director me amoneste o me abra un
expediente en mi último año en este circo en el que se ha convertido la
escuela.
-Es obligatorio, el instituto ha informado a los padres- me responde la tía y se va del brazo del otro a seguir dando la noticia por el patio. La rabia me consume, si el informado hubiese sido mi padre, en vez de mi madre, hubiese puesto el grito en el cielo. Si él estuviese al mando del barco a la deriva que es ahora mi casa, el director iba a meterse el amarillo por sé yo qué parte de su cuerpo. Pero claro, mi madre no está para pensar mucho. Me levanto del banco y doy tal patada a la lata de cola de Josema que casi sale por la tapia de atrás del patio. Entonces se me ocurre que no podemos dejarlos acampar a sus anchas, tenemos que reventarles el espectáculo del viernes. Por lo visto van a leer un manifiesto para presumir de maricones y luego vamos a ver un documental o algo así en memoria del pánfilo que se cortó las venas. Sin mucho esfuerzo trazo un plan con el que callarles la boca y se lo cuento a mi grupo de amigos que se muestran encantados de formar parte de nuestra particular celebración.
El viernes entramos como buenos chicos al salón de actos, unos de amarillo, otros de rojo, de verde, de azul… menuda gilipollez. Nos acomodamos en primera fila para poder llevar a cabo el plan. Es algo sencillo, quizás más una broma pesada que un verdadero ataque, pero les vamos a dar un buen susto, el acto se cortará y nos reiremos un rato a su costa. Cuando empiecen a leer su discurso de mierda vamos a lanzar petardos al escenario. Estoy deseando de verlos a gritar como locas. Como el patio de butacas va a estar a oscuras nadie verá quién los ha lanzado así que será difícil que nos pillen. Mientras me siento no puedo evitar sonreír pensando en lo poco que les va a lucir el arcoíris. Miro al escenario, el teatro está decorado con papel de seda de siete colores, menuda americanada, y han colgado fotos de tíos cogidos de la mano y tías abrazadas, esto es una vergüenza. Quince minutos después miro a Josema y Carlos, y ellos avisan al resto, es la señal. Uno tras otro vamos lanzando los petardos al escenario. El primero hace un buen ruido y deja a todo el mundo en silencio, ante la confusión y el desconocimiento de la procedencia de esa pequeña explosión. Y luego le siguen las otras detonaciones, pero algo no sale bien y en pocos segundos, el escenario se prende como un cerillo. Joder. De repente, más de trescientas personas empiezan a gritar y a huir como animales, mierda, la maldita decoración nos ha jodido la broma. Miro al escenario que se consume entre llamas y veo cómo los del discurso saltan para escapar por el frontal ya que el acceso trasero, entre bambalinas, es una bola de fuego. Veo cómo las llamas trepan por las cortinas que forman el telón, no hay rastro de fotos de besos y abrazos, sólo rojo y naranja y un espeso humo gris que emborrona la dantesca escena que tengo frente a mí. Cuando soy capaz de reaccionar, me vuelvo para salir corriendo pero tropiezo con una de las butaca, algo me golpea en la frente y todo se vuelve negro.
Despierto en una habitación blanca y
azul. La luz del fluorescente del techo me pincha en la retina cuando abro los
ojos; la cabeza me duele como el demonio y tengo la boca pastosa, debo haber
dormido un buen rato. Levanto ligeramente la cabeza que noto vendada y, sin
querer, emito un gemido que hace reaccionar a mi madre a la que veo acercarse con
los ojos llorosos. Su rostro se dibuja borroso y parpadeo varias veces hasta
que las líneas de sus facciones se vuelven más nítidas. Sin decir nada me da un
apretón en la mano y sale corriendo de la habitación para llamar al médico, tan
sólo me pide que no me levante. Cuando se marcha vuelvo a cerrar los ojos, la
oscuridad alivia la punzada de dolor en la cabeza. Entonces, oigo una voz tras
la cortina que hay a mi izquierda y que separa las dos camas que ocupan este
cuarto:
-Estamos vivos de milagro -me dice el ocupante de la otra cama y reconozco de inmediato al maricón de la clase, puto karma. Seguro que después de lo que pasó, hay bastantes alumnos ingresados en este hospital y me toca de compañero de habitación al sarasa número uno.
-Qué mala suerte, podrías haberte reunido con tu amiguito el suicida allá arriba, o más bien abajo, donde os corresponde -con estas palabras lo dejo callado y al minuto el sueño me deja otra vez fuera de juego. Vuelvo a despertar y miro a mi izquierda. La cortina está abierta y la cama vacía. Genial, se ha pirado. Mi madre, que está sentada en un sillón azul a los pies de la cama se acerca y me coge de la mano.
-Qué susto, hijo, que mal rato. Cuando me llamaron a casa… -me dice aguantando el llanto- Gracias al cielo que no tienes nada, un golpe fuerte en la cabeza, pero no hay daños. Menos mal que tu amigo te sacó porque caíste entre las butacas y con el humo nadie te hubiese visto. Podías haber muerto -dice secándose las lágrimas con un pañuelo de tela en el que veo bordadas las iniciales de mi padre.
-¿Carlos está bien? -pregunto y mi voz suena ronca por el rato que llevo dormido y por la incómoda sensación que me produce ver a mi madre llorar junto a la cama.
-Sí,
claro, Carlos salió rápido. Y Josema también. Llamaron cuando estabas
descansando. Me han dicho que les avises cuando estés en casa para acercarse a
verte.
La miro extrañado, si ellos salieron
al principio del jaleo y no volvieron por mí ¿quién me sacó? Intento recordar
cerrando los ojos, pero no veo nada. Sólo las llamas, el humo, el caos de
cuerpos saltando entre el patio de butacas, camisetas de colores que se
mezclaban por doquier y después… oscuridad.
-Toma -continúa mi madre -tu amigo ha dejado esta nota para ti, le debes la vida -me dice cogiendo un papel de la mesa auxiliar y dejándolo con cuidado sobre mi pecho. Tras esto, abandona la habitación con la excusa de ir a comprar una botella de agua, pero sé que quiere darme espacio para que pueda leer la nota sin tener que darle ninguna explicación de su contenido. Al desdoblar el papel siento una patada en el estómago que me revuelve las tripas, en el trozo de folio con el membrete del hospital leo:
«Si yo hubiera muerto, tu estarías
también en el infierno. Ahora tendrás que aprender a vivir con la idea de que
un maricón te salvó la vida. De nada.»
Qué relato, me encanta cómo describes. Gracias
ResponderEliminarEnhorabuena, Irene! Escribe que te seguimos por aquí. Muaks!
ResponderEliminarGracias chicas!
ResponderEliminarEnhorabuena Irene. Nos metes de lleno en el ambiente. Gracias.
ResponderEliminarMuy buenos relatos Irene. Besos
ResponderEliminarQué bien Irene.
ResponderEliminarSeguiré leyéndote.